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Neuroarquitectura, o cómo mejorar nuestra relación con los lugares que habitamos

Nuevas corrientes arquitectónicas buscan en la neurociencia las claves para construir espacios que influyan en nuestro estado emocional.

Curiosamente, no fue un arquitecto, sino un virólogo, quien descubrió que determinados materiales, espacios y estructuras pueden afectar a nuestra salud física y mental, además de provocar en nosotros diferentes emociones. El estadounidense Jonas Salk, creador de la vacuna contra la polio, regresó tan impresionado de su estancia en un monasterio italiano, al que había acudido en busca de inspiración para su trabajo, que propuso la construcción de un edificio que consiguiese transmitir a quienes lo habitasen las mismas sensaciones de paz interior que él había experimentado en su retiro.

El instituto Salk, en La Jolla, California, se convirtió así, en la década de los años sesenta del pasado siglo, en la cuna de la neuroarquitectura. Salk cambió su viejo laboratorio, instalado en un sótano sin luz, por un edificio de estructuras interconectadas alrededor de un gran patio, amplios espacios y materiales simples y resistentes. Un lugar capaz de propiciar la colaboración y facilitar la concentración y la creatividad.

Desde entonces, la neuroarquitectura ha ido ganando adeptos y sus investigaciones han seguido avanzando con el objetivo de proporcionar bienestar a través de diseños arquitectónicos capaces de generar emociones positivas en los seres humanos.

La incidencia de la luz, los colores interiores y las formas de los espacios potencian diferentes procesos cognitivos, como la memoria, la atención y la concentración. Un estudio del arquitecto Roger Ulrich concluyó, por ejemplo, que unas vistas hermosas en una habitación de hospital pueden acelerar la recuperación de un paciente después de una cirugía.

En nuestro país todavía son pocos los arquitectos que aplican la neuroarquitectura en sus proyectos y los clientes que la demandan, en gran medida vinculados al mercado de las viviendas de lujo. No obstante, quienes reivindican las bondades de esta disciplina consideran que su desarrollo está en consonancia con la actual corriente de pensamiento urbanístico que busca hacer de nuestras ciudades lugares más habitables y sostenibles.

La neuroarquitectura aboga por una mayor conexión con la naturaleza, grandes ventanales, eliminación de ruidos de alta y baja frecuencia, aire limpio, materiales agradables al tacto (como la madera, la piel y la piedra), diferentes alturas en función del uso de cada espacio (los techos altos favorecen la creatividad, los bajos, la concentración) y estímulos lumínicos y olfativos que proporcionen sensaciones agradables. En definitiva, calidad de vida y estética emocional.