Rehabilitación como actividad normalizada

Carlos de la Torre
arquitecto_

Comprar yogures o coger el coche y conducir son actividades normales, de las que uno puede disponer de modo habitual sin mayor problema. Hay unos pasos previos conocidos y necesarios como son los procesos de fabricación de bienes, a veces tan complejos como la fabricación de un automóvil. Hay también problemas de seguridad importantes, en el caso de los yogures, de seguridad alimentaria; y en el caso de la conducción, de seguridad para sus usuarios y todos aquellos por donde transita el automóvil. Para resolver los problemas de seguridad alimentaria hay controles, licencias, permisos. Para los de seguridad en las carreteras, ciudades y de estado del propio automóvil, hay permisos de conducción, revisión de vehículos, etc.

Todo esto ocurre en las ciudades y en el territorio, el poder comprar yogures y conducir un coche. Y ocurre diariamente. Sabemos que tenemos a nuestra disposición unos y otros. Que podemos contar con uno en la nevera por la mañana y encender el coche y conducir también cada mañana.

El habitar una vivienda o pasear una ciudad lo podemos hacer todos los días con la misma seguridad de que no van a desaparecer una ni va a hacerse imposible el paseo por la otra. La vivienda y la ciudad se degradan cada día, como en el caso anterior del yogur y el automóvil, pues son cosa construida y se hace necesario atender su deterioro y arreglo de modo continuado. El primer paso es la limpieza, el segundo las pequeñas reparaciones, que si un grifo, que si una loseta en una acera. El tercero es más complejo, cuando se ha perdido la calidad de uso del espacio, por ejemplo por humedades en una vivienda, por un edificio abandonado en la ciudad, por un parque mal diseñado y que degenera en un espacio de difícil utilización, etc.

En este tema urbano y residencial, como en todos los usos que tienen que ver con el habitar de las personas actúan administraciones, empresas y particulares. Siempre se presupone que actúan todos con buena disposición y medios económicos limitados. Y aquí surge una complejidad casuística que tiene su origen en un problema al que no se pone coto: la rehabilitación debe ser una actividad normalizada, cotidiana. Debe permitir plazos temporales tan cortos que llevaran a que supiéramos que en cualquier día y cualquier hora que tomemos la decisión de arreglar, solucionar, resolver, tendríamos las herramientas para poder hacerlo de modo cuasi inmediato. Porque la solución para la ciudad o la vivienda no es como la del yogur y el automóvil, de tirar el caducado y comprar otro. La solución para la ciudad y la residencia es obligada, requiere rehabilitación.

Si quiero vender, lo puedo hacer de modo cuasi inmediato. Mejor, lo podía hacer. En este momento empieza a haber problemas entre coordinación de documentación entre registro, catastro, notario, comunidad de propietarios, Concello, impuestos… que cualquier día también podrá haber problemas en esto, y se da ya en muchos casos que tienen que ver con bienes inmuebles deteriorados. No hay modo de tener la documentación y los acuerdos a que se obligan para poder realizar una transmisión de un bien.

Si quiero arreglar, puede haber licencias o actuaciones de los responsables de patrimonio histórico que en vez de llevar días, puedan llevar años, y no pocos. Tres o cuatro años puede ser un plazo para poder resolver de modo definitivo licencias para rehabilitación.   

Si quiero resolver algo urbano, una plaza o una operación de regeneración urbana, lo fácil es que el ciudadano, que no es miope, vea que tal cosa lleva así, sin resolverse, no años, sino décadas. Y a veces varias.

Alguien debería pensar de otro modo para que las cosas luego fueran de otro modo. Rehabilitar debe ser una actividad cotidiana.