Aproin Digital 177 / Hormigón sí, hormigón no  

Hormigón sí, hormigón no

Gabriel Rodríguez Calvo

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Conocí a Salvador en una visita de obra. En la comida que siguió me comentó que siempre tenía en mente un artículo de The Guardian. Traducido, el artículo se titula “Hormigón: el material más destructivo de la tierra”. Me lo envió esa misma noche, cuando nos agregamos en Linkedin.

De la primera lectura en diagonal me quedé con tres datos sobre el hormigón. Los tres escalofriantes.

  • Es la segunda sustancia más usada por el ser humano, solo por detrás del agua.
  • Si fuera un país, sería el tercer emisor de CO2 del planeta, detrás de EEUU y China.
  • Es un consumidor voraz de recursos y energía, con un diez por ciento del total de agua que consume la industria en el mundo, las toneladas (inimaginables) de grava y arena que se extrae de ríos y playas, más el consumo de gas y electricidad necesarios para calcinar el cemento Portland.

Si imaginamos todo esto a la velocidad de consumo que propone el artículo, unos cuantos pensarán directamente en cerrar todas las cementeras. Todas, mañana mismo.

Y todo esto me lo cuenta Salvador porque él vende estructuras de aluminio. ¡Qué me va a contar Salvador!

En contra de Salvador diré que las estructuras que él vende se cimentan sobre hormigón armado, qué remedio le queda.

A favor del hormigón, toda su historia.

En Roma resisten el Coliseo o el Panteón, que llevan un par de miles de años viendo la Historia pasar, contra viento, marea y lo que venga.

Muchos pueblos y civilizaciones han crecido al amparo del desarrollo del hormigón, viviendo tranquilos tras diques en el mar, ganando terreno para puertos o bebiendo y regando con el agua de las presas.

Y eso va a estar ahí (casi) para siempre.

A dónde quiero llegar: ignorar las bondades del hormigón sería un mirar hacia otro lado, en un ejercicio de poca o ninguna utilidad.

También sería necio negar su impacto, sobre todo a la escala que se produce y consume en estos tiempos. De ahí la necesidad de moderación, y de ser conscientes del daño que hace cada metro cúbico de hormigón –que se cuentan por camiones–.

Si pensamos en todo el hormigón que ya nos rodea, que está en pie y seguirá en pie, no vayamos a pensar en quitarlo de en medio.

Su durabilidad lo hace candidato a tener una y mil vidas. “Pelar” un edificio hasta dejar solo la estructura, para volver a “vestirla” de acuerdo a un nuevo uso y nuevos tiempos.

En los últimos tres años, en la Castellana de Madrid ha pasado al menos tres veces y en edificios de envergadura –los números 77, 85 y, todavía en obra, las torres de Colón–. Estos y otros casos sientan cátedra sobre lo que probablemente vendrá (para bien) en los próximos años en los centros urbanos más consolidados.

¿Y con lo nuevo qué hacemos?

¿No volvemos a usar hormigón nunca más?

Casi nadie se creería la hipótesis de cero hormigón. Ni pensando en el año 2030, ni en el 2050.

Una presa, un dique o cualquier cimentación, no se me ocurren muchas alternativas para construirlos. Ojalá dentro de no mucho me trague mis palabras y existan formas razonables de sustituir el hormigón.

Más allá de estos usos incuestionables (hoy), la tendencia debe ser a la reducción.

Las alternativas al hormigón no son ninguna novedad. Su normalización sí que lo será.

Ahora son noticia las estructuras en madera laminada, los edificios 100 % construidos en seco y la prefabricación – más allá de bungalows y casetas de obra–.

Espero que, dentro de no mucho, las estructuras que vende Salvador sean costumbre, y una obra nueva de hormigón salga en las noticias. Aunque sea solo como curiosidad histórica.