jardinería

Ángel Covelo
 

Historia del bonsai

No me acuerdo de cuando comenzó mi interés por las formas de cultivo orientales, pero llovió mucho desde entonces. Y es que estos tipos son bastante curiosos, así en Japón la expresión floral es el Ikebana, que significa “flor viva colocada”, nació a raíz de que un monje budista, de nombre Ono-No-Imoko, harto de que la gente “echara” de cualquier manera las flores de las ofrendas en los altares, decidió organizar el asunto poniéndolas verticales y de tres en tres, a partir de ahí fue evolucionando el sistema hasta que una cosa, que parece tan sencilla, tenga más normas que el código de circulación. Un cultivo típico de las plantas es la Kokedama, literalmente bola de musgo, la técnica consiste en formar una bola con sustrato, recubrirla de musgo y, normalmente, colgarla del techo con un cordel, aunque también es válido tenerla en un cuenco o una losa. Que vamos a decir de unas personas que son capaces de hacer un jardín sin plantas y, además, ponerle nombre: karesansui, es decir, jardín seco, que se basa en la simplicidad elegante y la belleza del vacío, por supuesto que, con esto último, quedó claro para todo el mundo.

El tema que nos ocupa no es otro que el bonsái, forma de cultivo de árboles que aparece en China hace unos 2.000 años con el nombre de pen-jing, y diferenciaban dos formas: pun-sai, o árbol en maceta sin paisaje y pun-ching, árbol en maceta con paisaje, estos pun-ching se remontan al año 210 antes de nuestra era, cuando los paisajistas chinos empezaron a reproducir en miniatura los jardines de rocalla. Por su parte los pun-sai aparecen representados en pinturas del principio de nuestra era y nombrados en poesías y tratados del año 1000.

El bonsái es una representación en miniatura de un árbol viejo que vive naturalmente en la naturaleza, lo mejor del caso es que la propia naturaleza los “fabrica”, eso sí, muy raramente, y se podían encontrar en zonas de alta montaña, acantilados, o bordes del camino donde los ramoneaba el ganado. Esto creó un nuevo trabajo, el buscador de bonsái, que consistía en “echarse al monte”, peinar las zonas más inhóspitas y tener el factor más importante, la suerte, después recolectar el árbol, trasladarlo a la civilización, y tratarlo unos años hasta conseguir que tuviera la salud y aspecto deseado. Llegar a esto último era difícil pero si se conseguía, salía muy lucrativo, un árbol de calidad llegaba a alcanzar un precio, al cambio de hoy, de unos 300.000 euros, gracias al anhelo de posesión de las clases más pudientes, por supuesto. Esta labor comenzó con la recolección de pinos, continuó con los juníperos y acabó a principios del siglo pasado cuando los shimpaku, juniperus sinensis, válidos para bonsái, fueron prácticamente eliminados de los montes de Japón. Se agotó la mina.

Hagamos un inciso en el tema porque, aunque hoy en día nos parece una cosa muy normal, el cultivo de plantas en macetas es relativamente reciente, pues el testimonio más antiguo se remonta a unos 3.500 años en el templo de Deir el-Bahari donde están esculpidos en la pared unos contenedores con árboles de incienso que la reina Hasepshut había mandado traer desde el país del Punt, supuestamente en la actual Somalia. En China está ligado a los curanderos que con este método ahorraban el tiempo de buscar las plantas medicinales, también se asoció a usos culinarios. En la antigua Roma se plantaba en los balcones, patios, ventanas, en añoranza de la naturaleza y los llamaban “trocitos de campo”.

Los chinos, viajeros por naturaleza, extendieron el cultivo del bonsái a países cercanos como Tailandia, Birmania, o Filipinas, donde en 1604 un monje español describe como los inmigrantes chinos cuidaban este tipo de árboles, es el escrito más antiguo del mundo occidental.

Hace unos 1.200 años los japoneses, probablemente por medio de monjes budistas, importan los primeros árboles desde China y hacen lo que mejor se le da, copiar y a ser posible, mejorar el producto. El bonsái chino está más liberado de normas que el japonés, pueden ser incluso matemáticas, normalmente tienen más altura, el cuenco que los contiene es más grande, la relación entre el tronco y las ramas, muy importante en Japón puede ser intrascendente en China donde el modelado se basa en la poda, mientras en Japón inventan cantidad de utensilios como las tijeras de corte de lágrima, las de corte cóncavo, y sobretodo el alambrado con lo que consiguen llevar las ramas a la posición deseada.

En el año 1600, periodo Tokugawa, el arte del bonsái estaba tan tipificado como el ikebana, ya existían entonces coleccionistas como Iemitsu, y algunos de sus ejemplares aún pueden observarse hoy en el Palacio Imperial, después de 500 años. En el año 1803 se compila el primer catálogo de bonsái: el Kinsei-Jufu..

Tras las Exposiciones Universales de Londres y París, el bonsái se da a conocer para el mundo occidental, aunque todo quedó en una mera curiosidad, el inicio de su expansión es debido a que los soldados norteamericanos, desplazados a Japón, trajeron de recuerdo algunos ejemplares.

El bonsái también tiene sus detractores y desde tiempos remotos, así Yoshida Kenko (1283-1351) escribía: apreciar y hallar placer en ese curioso arbolito en una maceta, es amar la deformidad. Más cercano en tiempo y geografía nos encontramos con un artículo de Almudena Grandes en el País Semanal (9 agosto 2015), al parecer le concedieron un premio, algo haría, consistente en un bonsái de olivo que describe: aquel olivo encogido, reducido a una caricatura de sí mismo, me sorprendí pensado en su dignidad. Bueno a “Grandes” males, “Grandes” remedios, la mujer lo trasplantó a un contenedor, regó, abonó y dejó crecer y ya consiguió aceitunas. Espero ansioso a que reparta el aceite.