Ingeniería

Diego Patiño

estudio de ingeniería y arquitectura cotpa_

 

Obras con fecha de caducidad

Cada vez que se inicia una obra –habitualmente– no se piensa, de antemano, en la posible fecha de caducidad de la misma. Hay construcciones que –en sí mismas– va implícita la cualidad de durabilidad, de construcción “eterna”; como las catedrales que se construyeron en la Edad Media, cuya meta (y entre otras) era crear algo que durara siglos. De manera más hay “obras” concretas que nacen ya con una fecha de caducidad debido a sus particularidades intrínsecas. Una de ellas, y que –en su momento de ejecución– se informó que tendría una vida útil no más allá de las 3 décadas fue tristemente protagonista de uno de los mayores desastres de la historia.

El 26 de abril de 1986, en la localidad de Pripyat, territorio que en la actualidad pertenece a Ucrania, en la Central Nuclear Vladímir Ilich Lenin (Chernobyl) y durante una prueba simulando un corte de suministro eléctrico, un aumento descontrolado de potencia en el reactor 4 sobrellevó un calentamiento del núcleo del reactor nuclear y concluyendo en la explosión del hidrógeno acumulado en su interior. Según datos de la época, el desastre de Chernobyl hizo que se expandiera dióxido de uranio, carburo de boro, óxido de europio, erbio y aleaciones de circonio y grafito, materiales éstos altamente radioactivos y tóxicos en una cantidad 500 veces la liberada por la bomba atómica arrojada en Hiroshima en 1945.

De manera inmediata se produjo a la evacuación de las zonas vecinas con los resultados que ya hoy todos conocemos: afectó a cerca de 600.000 personas de manera directa y otras 5 millones de personas vivieron en zonas altamente contaminadas; además se creó un área de exclusión en un radio de 30 km entorno a la central nuclear. Respecto al reactor, se construyó uno de los mayores hitos en cuanto a la ingeniería hasta el momento, y que se logró gracias a la cooperación internacional de diversas empresas constructoras: el sarcófago de Chernobyl.

Rápidamente se construyó dicho sarcófago y aislar así –del mejor modo posible– el interior del exterior. En 206 días se construyó dicho sarcófago que, entre otras cosas, tuvo que prevenir que el combustible nuclear candente se filtrara a través de una grieta en la base. Algunas de las cifras en torno a esta obra dan idea de la magnitud del “problema”: por ejemplo, se emplearon cerca de 400.000 m³ de hormigón y 7.300 toneladas de metal. Dentro de dicho sarcófago quedaron confinados más de 740.000 m³ de escombros contaminados y deshechos irradiados. Para una mayor seguridad se instalaron 60 agujeros realizados con mandrinadoras para poder ver el interior del núcleo, abriéndose además determinados conductos de ventilación para el sistema de convección así como unos sistemas de filtración para prevenir posibles escapes accidentales de material radioactivo.

Sin embargo, dicha obra, con el paso del tiempo (apenas poco más de 3 décadas desde el desastre) se ha visto degradado por fenómenos naturales con el riesgo –primero– de desplomarse y –segundo– continuar vertiendo/expandiendo sustancias radioactivas.

El sarcófago alberga 200 toneladas de corium irradiado, 30 toneladas de polvo radioactivo y 16 toneladas de uranio y plutonio, midiendo unos niveles radioactivos sumamente elevados: 10.000 röntgen/hora (en poblaciones aledañas apenas alcanzan los 20 o 50 microröntgen por hora).

Por ello, la Comunidad Internacional acordó hacer un nuevo sarcófago, mucho más seguro, que confinara durante más tiempo (se estima su vida útil en otros 100 años) todo el material radioactivo alojado en su interior.

A finales de 2016 quedó inaugurado el nuevo sarcófago. Una estructura móvil que se construyó a unos metros y se desplazó hasta la “zona cero” por unos raíles. Conforma a día de hoy la mayor superestructura construida por el hombre, con forma de arco y cuyas dimensiones son 110 metros de alto, 150 metros de ancho, 256 metros de largo y un peso total de 30.000 toneladas.

En un futuro dicho artefacto de confinamiento alcanzará su vida útil y deberán volver –los ingenieros del futuro– a construir otro nuevo hito que permita albergar, de manera segura y controlada, toda esa ingente cantidad de material radioactivo.